Sin embargo, una de las cosas que más encontramos es aquello de escurrir el bulto. Pocas personas dan un paso hacia adelante para responsabilizarse de las acciones. Asumir el peso de la responsabilidad de la acción. Sea cual sea su efecto. Porque ser responsable es sostener nuestras decisiones pero claro, para ello, primero hemos de ser conscientes de ellas. Saber qué decidimos y por qué.
En la vida, podemos ir siguiendo dos caminos: ir hacia donde queremos ir o ir huyendo o esquivando donde no queremos ir. Ambos caminos, requieren de decisiones conscientes y meditadas. Puede ser que la primera nos exija un mayor nivel de reflexión, anticipación y planificación pero ambas son válidas.
Yo misma, he ido muchos años esquivando aquellos sitios, situaciones y personas que no quería en mi vida; para después, con más madurez y herramientas, dilucidar hacia dónde quiero ir y poner manos a la obra.
Lo que me cuesta más entender son aquellas decisiones no conscientes, la mayoría fruto del no hacer. Y eso, el no hacer, también es hacer, solo que, ni hemos decidido ni nos hemos comprometido con sus consecuencias.
Este último caso, es muy frecuente. O yo al menos, lo encuentro con demasiada frecuencia. Personas que en su trabajo toman decisiones en las que no miden sus consecuencias; es más, ni las han estudiado ni prevén. Decisiones que afectan a personas y sus vidas y les es indiferente... no ven el efecto de cada acción que realizamos. No digo que vayamos aterrados por la vida ante el pensamiento de que todo aquello que hago va a cambiar el devenir del mundo pero.... si al menos medir que sí hay consecuencias en aquello que hago.
Este medir las consecuencias, tiene también mucho que ver con el respeto. Respetar al otro, su vida, o la porción de vida que quedó en mis manos...
Y eso, es aún mucho más importante para aquellas personas que trabajamos directamente con personas. Mi lenguaje, mi dedicación, el cariño con el que hago las cosas, repercute en el otro. Si soy consciente de ello, aunque después haya de tomar una decisión dura, lo haré midiendo su impacto.
Eso, tan simple... puede cambiar el mundo.
Igual, las personas educadoras deberíamos plantear situaciones de aprendizaje críticas, donde se analicen las consecuencias de aquello que decidimos, donde midamos los impactos y, donde antes de decidir, valoremos qué ocurrirá con la persona o las personas a las que les afecte mi decisión y después, responsabilizarse y sostener aquello que decidí. Toda una revolución. Yo voy a sumarme a ella... ¿y tu?