Por Maria Dolors Miquel Abril
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7 de junio de 2022
No me considero mejor ni peor que nadie... Sé que lo que me pasa a mí, le pasa a muchas más personas... Por lo que solo voy a hablar desde mi experiencia... desde mi sentir... Estoy viviendo un proceso largo de salud, derivado de un accidente que empeoró mi situación de discapacidad. Me he visto envuelta en idas y venidas porque el sistema no ha protegido mi estado de salud. Y ese proceso se ha ido convirtiendo en una losa difícil de sobrellevar por lo que, al proceso de salud complejo de por sí, se le suma el sostén emocional para poder seguir avanzando. Ahora mismo, ese proceso de gestión emocional, está siendo más importante que el proceso explícito de salud porque es el que ayuda a la gestión del dolor, al proceso de recuperación física y al de aceptación de situaciones sobrevenidas. Y es que, aceptar que pasas a necesitar ayuda en más de la mitad de las actividades de tu vida diaria, requiere de un proceso emocional complejo. Vives en un duelo continuo de las pequeñas cosas. Aquellas en las que te reconocías: salir a caminar sin rumbo fijo y sin pensar que después debías volver (y necesitas guardar energías), recoger cosas del suelo, ir a la compra lo que se suele decir en un momento (aunque sea de una docena de huevos que olvidaste), a veces vestirte, entrar a un baño porque el adaptado está cerrado o, directamente no existe, entrar a una tienda que mantiene escalones a la entrada o que está llena de obstáculos... Tantas pequeñas cosas... Tu lista de actividades (y lo que es peor, tu lista de actividades placenteras) se reduce y, aunque sabes que encontrarás otras, el proceso de reconstituirte en consumidora de otro tipo de actividades, te hace pasar por un período de duelo. A veces, simplemente mirar una fotografía en la que te descubres haciendo cosas que ya no puedes (y posiblemente no podrás) hacer, te genera una tristeza inmensa. En mi caso, viajar o pasear por la montaña... Verme haciendo rutas (aunque eran muy sencillas) con mis bastones, con esa cara de felicidad al estar en contacto con la naturaleza, hace que me rueden lágrimas sin poder evitarlo. Y es verdad que aunque mi capacidad de adaptación ha hecho que genere otro tipo de actividades, la nostalgia a veces te saca punzadas en el corazón. Por eso, es importante para mí realizar actividades de acción solidaria. Entregar mi tiempo a determinadas causas me ayuda. Me proyecta a estados de calma en medio de la tormenta. Aun así, cuando un nuevo golpe (médico o administrativo) te sacude, parece inevitable el pensamiento de "no puedo más" . Las fuerzas te fallan y un cansancio extremo se apodera de tu mente. Es como vivir transportando un saco de piedras de manera constante. Una tentación de rendición planea sobre tu coronilla desde el amanecer. Y esa gestión emocional (que no control...) es la que sostiene. Y la imagen que me viene a la mente para el sostén no es la de unos ganchos, sino es la de una madre que arrulla y contiene contra su pecho el latido enfurecido de su bebé... En ese arrullo... en ese mecer de amor es donde me imagino. En un cuidado de mi dolor; de mi cansancio. Me sostengo, me mezo y tomo mi circunstancia en mí. Desde esa imagen y desde esa sensación... me dejo querer. Por ese grupo de amigas y amigos que te preparan cenas, te llevan compra, te llaman por teléfono y no te preguntan cómo estás porque ya lo saben. Simplemente se quedan a tu lado acompañándote.... Acompasando ese arrullo emocional que hace que se calmen las heridas, el dolor, el cansancio y encuentres razones y emociones que te dejen nuevamente al pie de la línea de salida o de continuación. Sea hacia donde sea...